Se escucha como los volcanes mientras cocinan su lava: un borboteo lento y denso. Mi nariz actúa como esos colosales dadores de vida: algunas veces explota y todo se salpica; otras, de mis fosas emerge el líquido, igual que en esas erupciones lentas, resbala. Entonces, la desesperación de un cosquilleo me obliga a sonarme. Es cuando empiezan los problemas. “Deberías de hacerte un ponche y tomártelo bien caliente”. “No hay nada como un tequila, ponerte todas las chamarras que puedas y meterte a la cama a sudar como marrano” (aunque que los marranos no suden). “Tómate las cápsulas de… o las de…”. Esos consejos son tan castrantes como el catarro mismo. A veces, creo que son aún más hostigantes que el goteo. Ya sé que muchos creen que eso lo acostumbra la gente porque se preocupa por los demás. Y no dudo que con algunos así sea. Pero la mayoría lo hace como decir buenos días, y cómo estás, bien gracias, y tú, igual. El principio del trance es doloroso, como casi cualquier transe. Insoportable. Dolor de cabeza, mal humor, cuerpo cortado, tasajeado, un hilo filoso une la nariz con la garganta y cada que la saliva quiere pasar tiene que rozar con esa cuerdita de ácido y metal. Se sobrelleva con algunos cuidados, la tele prendida mientras agonizamos en cama. Las imágenes de la pantalla y del sueño se combinan: El nuevo presidente del BM baila Caballo Dorado, cae y oblonga el suelo, los músicos giran a su alrededor, una soberbia idea de Einstein, el violín se precipita en una escala temerosa mientras es tragado por el peso del culo gordo. Escurro, como un chorro denso. Por unos días, ando como una sustancia viscosa, involuciono hasta almeja, o aun atrás: a protozoario. Mis brazos son apéndices guangos, mi cerebro ha sido licuefaccionado. Al final de la gripa, el cual ansío, un sabor exquisito me llena el paladar, la garganta, cada poro de la nariz. Anuncia el término de un proceso de reincorporación, a la humanidad, a la invulnerabilidad. La gripe o gripa es, además del recordatorio de que somos vulnerables, es la poderosa demostración de que lo invisible nos puede destrozar. A través de ciertos instrumentos, los científicos con sus batas, dicen ver eso que nos ataca. Ponen los ojos en algo así como una bola de cristal que hace visibles los organismos que nos acosan (biológicos o espirituosos), que nos roban la energía vital para continuar entrando en otra gente, trastornarla y luego salir de ella dejando un olor a otra alma.
4 comentarios:
Cadenas de DNA recubiertas de no sé qué cosas.
Saludos, friend
Este año rompí record de gripes: me enfermé 6 veces. Y también intenté todo: cobijas, tés, fruta cítrica en exceso, pero ni hablar: sólo el antibiótico pudo con mi virulento cuerpo. Reponte compadre... Está chido lo del filamento metálico en la garganta, en verdad, así se siente...
Saludos.
Oye, des: Esas cadenas que nos encadenan a un destino
el oráculo ahora está en los laboratorios.
Gracias, txt:::nauta:
Ya casi estoy de salida de este trance mocoso. Yo creo que en breve (horas) estoy listo para brindar. Jeje
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