Amigos. Les aviso que cambio el nombre de mi blog y por tanto de dirección electrónica: http://realidoflexia.blogspot.com
Hacía tiempo que quería cambiarlo, pero no sabía por cuál.
Después recordé que aún antes ya tenía en la cabeza el neologismo "Realidoflexia". Hace alución, claramente, a la papiroflexia, sólo que para esta nueva práctica, la realidoflexia, se necesita de realidad, en sustitución de papeles. Al doblarla, torcerla, flexionarla, se logra otra cosa que no es la realidad y que depende de su propio significado (autoreferente), a pesar que de ella se valga.
Como el pájaro de papel no vuela y su piel está cuadriculada o rallada o en blanco, igual vuela cuando caemos en la convención de que es un pájaro y tiene alas.
Creo que con la literatura pasa lo mismo, y esto no es nada nuevo.
Por eso, amigos, antes de empezar el año, cambio el nombre de mi blog, esperando seguir con su comunicación y ampliándola con más blogueros, compartiendo.
Saludos a todos
Realidoflexia: Acción de modificar la realidad a través de dobleces, flexiones y torciones para conseguir lo irreal.
28 dic 2009
22 dic 2009
Tz Tz TZZZ
(Foto de estencil de Mr. Fly)
Alada llegó
con sus ojos reticulares miraba mis movimientos
multiplicados
Frotábase las manos
Su vientre crema respiraba con serenidad
Algunas mujeres se enfundan las piernas
para que tengan el color de esas alas
transparencia de velo
seducción insectívora
y luego, suben la falda y abren las piernas grisáseas como para emprender el vuelo
Están en todos lados, dice Mr. Fly;
en todos lados hay mierda, digo;
Vuelan al rededor del mundo como si fuese un gran trozo de caca
Son las embajadoras de la muerte
profanan el camposanto, horadan los cuerpos y la tierra
y nos esparcen los restos de piel en descomposición
Luto perpetuo, su vestimenta
axageradas tornasolares
Pináculos de la inmundicia más mundana
la excrecencia vuela libre
se te mete a la nariz
regurgita en tu comida
zumba galana
obsesionado recuerdo de que nos pudrimos
queriendo salir por la ventana
Alada llegó
con sus ojos reticulares miraba mis movimientos
multiplicados
Frotábase las manos
Su vientre crema respiraba con serenidad
Algunas mujeres se enfundan las piernas
para que tengan el color de esas alas
transparencia de velo
seducción insectívora
y luego, suben la falda y abren las piernas grisáseas como para emprender el vuelo
Están en todos lados, dice Mr. Fly;
en todos lados hay mierda, digo;
Vuelan al rededor del mundo como si fuese un gran trozo de caca
Son las embajadoras de la muerte
profanan el camposanto, horadan los cuerpos y la tierra
y nos esparcen los restos de piel en descomposición
Luto perpetuo, su vestimenta
axageradas tornasolares
Pináculos de la inmundicia más mundana
la excrecencia vuela libre
se te mete a la nariz
regurgita en tu comida
zumba galana
obsesionado recuerdo de que nos pudrimos
queriendo salir por la ventana
19 dic 2009
Gripe
Se escucha como los volcanes mientras cocinan su lava: un borboteo lento y denso. Mi nariz actúa como esos colosales dadores de vida: algunas veces explota y todo se salpica; otras, de mis fosas emerge el líquido, igual que en esas erupciones lentas, resbala. Entonces, la desesperación de un cosquilleo me obliga a sonarme. Es cuando empiezan los problemas. “Deberías de hacerte un ponche y tomártelo bien caliente”. “No hay nada como un tequila, ponerte todas las chamarras que puedas y meterte a la cama a sudar como marrano” (aunque que los marranos no suden). “Tómate las cápsulas de… o las de…”. Esos consejos son tan castrantes como el catarro mismo. A veces, creo que son aún más hostigantes que el goteo. Ya sé que muchos creen que eso lo acostumbra la gente porque se preocupa por los demás. Y no dudo que con algunos así sea. Pero la mayoría lo hace como decir buenos días, y cómo estás, bien gracias, y tú, igual. El principio del trance es doloroso, como casi cualquier transe. Insoportable. Dolor de cabeza, mal humor, cuerpo cortado, tasajeado, un hilo filoso une la nariz con la garganta y cada que la saliva quiere pasar tiene que rozar con esa cuerdita de ácido y metal. Se sobrelleva con algunos cuidados, la tele prendida mientras agonizamos en cama. Las imágenes de la pantalla y del sueño se combinan: El nuevo presidente del BM baila Caballo Dorado, cae y oblonga el suelo, los músicos giran a su alrededor, una soberbia idea de Einstein, el violín se precipita en una escala temerosa mientras es tragado por el peso del culo gordo. Escurro, como un chorro denso. Por unos días, ando como una sustancia viscosa, involuciono hasta almeja, o aun atrás: a protozoario. Mis brazos son apéndices guangos, mi cerebro ha sido licuefaccionado. Al final de la gripa, el cual ansío, un sabor exquisito me llena el paladar, la garganta, cada poro de la nariz. Anuncia el término de un proceso de reincorporación, a la humanidad, a la invulnerabilidad. La gripe o gripa es, además del recordatorio de que somos vulnerables, es la poderosa demostración de que lo invisible nos puede destrozar. A través de ciertos instrumentos, los científicos con sus batas, dicen ver eso que nos ataca. Ponen los ojos en algo así como una bola de cristal que hace visibles los organismos que nos acosan (biológicos o espirituosos), que nos roban la energía vital para continuar entrando en otra gente, trastornarla y luego salir de ella dejando un olor a otra alma.
3 dic 2009
Papeles
Guardó los documentos en el portafolios de plástico y tela sintética. Salió intentando no llamar la atención. El paso era rápido pero sin llegar a ser nervioso. Se despidió de uno que otro colega que encontró en el camino.
Bajo la playera de algodón, de tirantes, se generaba el sudor, que era retenido antes de aparecer en la camisa.
La luz blanca de neón en los pasillos proyectaba la sombra profunda de su frente sobre los ojos pequeños.
Llevaba la lengua pegada al paladar. Tragó saliva mientras bajaba las escaleras.
Vio por un ventanal sucio a la gran avenida: los autos estaban detenidos. Vio al sol arden sobre los toldos y formar ondas de calor convectivas. Adentro, el aire acondicionado refrescaba.
Sus sentidos se confundieron mientras terminaba de bajar ese piso: el ardor en los ojos, el aire en la frente, la taquicardia en el pecho.
Entonces vino la náusea. Cada vez más potente. Tuvo que entrar al baño. Se remojó el cuello. En el mingitorio orinó un líquido apresurado y casi ámbar. Una gota gruesa resbaló por la capa de cera del zapato y se absorbió en la suela.
Cuando salió del baño, una chica que se peinaba de cola el cabello. Delgado, seco, aromático, el cuello le atrajo. Se detuvo tras ella. Al voltear, lo saludó. Era una de las secretarias de los jefes.
Preguntó por qué salía tan temprano. Él tuvo que inventar un problema con la plomería, que un vecino le había llamado para avisarle de la inundación en su departamento. Se despidieron con un beso en la mejilla. La humedad de su mejilla embadurno la piel tersa de ella.
La saliva se le agolpó en la garganta, supo que ella sintió repulsión y temió que sospechara algo por la hora y el sudor.
Largos pasillos hace eco de sus pasos. Puertas a la derecha, a la izquierda. Loseta reluciente. Una de las perillas gira. Titubea en el paso. Un hombre de traje, enorme como ahuehuete da un paso afuera de su encierro, lo mira. Da otro paso, se interpone. Planta su cuerpo de gruesa corteza de frente.
Parece que no habrá más solución que eliminarlo.
El antebrazo lo tensa y se lo lanza contra la garganta. El golpe es contundente. El tronco cae colapsado.
No mira atrás. Lo deja estirando los pies y emitiendo guturales ruidos entrecortados.
Por fin, la puerta de salida alumbra al otro lado del pasillo.
Aprieta el paso. Trota. Corre. Despavorido avanza en un spring de largas zancadas. Las suelas de cuero resbalan. Cae y da vuelta en la loseta pulida. A lo lejos mira al hombre que dejó en el suelo.
Lame el piso y siente su lengua más sucia que el piso.
Se da asco.
Se reincorpora.
Pasa frente a la recepción. La señorita le sonríe, con esa sonrisa robótica.
Mueve la cabeza arriba y abajo.
Abre la puerta.
El sol lo cubre como una mano.
Tras el cristal de la puerta, desaparece convectivamente.
Saca los papeles y los rompe. Guarda los cachos en el portafolios.
Sube a un puente. Vacía el portafolios. Los esparce sobre los autos zumbantes y quietos como chicharra.
Llueven papeles blancos, brillantes.
Llueven cuadros
Bajo la playera de algodón, de tirantes, se generaba el sudor, que era retenido antes de aparecer en la camisa.
La luz blanca de neón en los pasillos proyectaba la sombra profunda de su frente sobre los ojos pequeños.
Llevaba la lengua pegada al paladar. Tragó saliva mientras bajaba las escaleras.
Vio por un ventanal sucio a la gran avenida: los autos estaban detenidos. Vio al sol arden sobre los toldos y formar ondas de calor convectivas. Adentro, el aire acondicionado refrescaba.
Sus sentidos se confundieron mientras terminaba de bajar ese piso: el ardor en los ojos, el aire en la frente, la taquicardia en el pecho.
Entonces vino la náusea. Cada vez más potente. Tuvo que entrar al baño. Se remojó el cuello. En el mingitorio orinó un líquido apresurado y casi ámbar. Una gota gruesa resbaló por la capa de cera del zapato y se absorbió en la suela.
Cuando salió del baño, una chica que se peinaba de cola el cabello. Delgado, seco, aromático, el cuello le atrajo. Se detuvo tras ella. Al voltear, lo saludó. Era una de las secretarias de los jefes.
Preguntó por qué salía tan temprano. Él tuvo que inventar un problema con la plomería, que un vecino le había llamado para avisarle de la inundación en su departamento. Se despidieron con un beso en la mejilla. La humedad de su mejilla embadurno la piel tersa de ella.
La saliva se le agolpó en la garganta, supo que ella sintió repulsión y temió que sospechara algo por la hora y el sudor.
Largos pasillos hace eco de sus pasos. Puertas a la derecha, a la izquierda. Loseta reluciente. Una de las perillas gira. Titubea en el paso. Un hombre de traje, enorme como ahuehuete da un paso afuera de su encierro, lo mira. Da otro paso, se interpone. Planta su cuerpo de gruesa corteza de frente.
Parece que no habrá más solución que eliminarlo.
El antebrazo lo tensa y se lo lanza contra la garganta. El golpe es contundente. El tronco cae colapsado.
No mira atrás. Lo deja estirando los pies y emitiendo guturales ruidos entrecortados.
Por fin, la puerta de salida alumbra al otro lado del pasillo.
Aprieta el paso. Trota. Corre. Despavorido avanza en un spring de largas zancadas. Las suelas de cuero resbalan. Cae y da vuelta en la loseta pulida. A lo lejos mira al hombre que dejó en el suelo.
Lame el piso y siente su lengua más sucia que el piso.
Se da asco.
Se reincorpora.
Pasa frente a la recepción. La señorita le sonríe, con esa sonrisa robótica.
Mueve la cabeza arriba y abajo.
Abre la puerta.
El sol lo cubre como una mano.
Tras el cristal de la puerta, desaparece convectivamente.
Saca los papeles y los rompe. Guarda los cachos en el portafolios.
Sube a un puente. Vacía el portafolios. Los esparce sobre los autos zumbantes y quietos como chicharra.
Llueven papeles blancos, brillantes.
Llueven cuadros
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