Realidoflexia: Acción de modificar la realidad a través de dobleces, flexiones y torciones para conseguir lo irreal.

31 may 2010

El aguante (Segunda parte)




Desde el lado izquierdo (mío, derecho de los músicos) del escenario, le veía la parte blanca del bigote. Vestía de negro: gabardina larga y corbata desajustada. Entró, de inmediato tomó el piano.
Demolió hoteles, se calzó los zapatos de goma, recordó ser un vicio, se puso verde.
A momentos se me figuraba a Taibo II, más delgado. Levantando las manos, arengaba a la multitud para corear o aplaudir a un mismo ritmo. De pronto dejaba las teclas para levantarse y bailar un poco, tocar la guitarra. Parecía divertido.
Se le notaba honesto, convencido de cada palabra y acorde. Desafinó, a nadie le importó, así es Charly. Dije, como todo un fanático, a Miguel: Él puede tocar, incluso con los pies, si le da la gana.
Tren, avión… tren avión.
Abría los brazos en la primera palabra, como planeando. En la segunda los pegaba al cuerpo y los movía como ruedas de una locomotora. Entendimos rápidamente que se trataba del éxito. Hilda Lizarazu, corista, parecía una sirena, un hada con los tonos luminosos de su canto.
Para esa hora estábamos a tope. Los momentos tranquilos se agradecieron para poder fumar (lo bueno de estar al aire libre). Luego de dos horas la música llegaba al final.
Charly dijo algo como: Valió la pena esperar, ¿no?
Entonces preguntó Che, si en verdad me tomás en cuenta, deberías saber por qué… Es muy fácil decir lo siento (y mentó la madre con el brazo). Con una canción donde advierte que todos están muertos, se despidió.
Me sentí adolecente de nuevo. Ese es el gran poder de un concierto, sacar de uno esa cantidad de fe y detonarla en un momento muy corto. Pensé que había perdido esa capacidad de adoración, orgasmo multitudinario, brinco, desgarre de voz. Hace poco acudí a la plaza del Zócalo y me quedé helado con Molotov, Maldita, Jaguares. Pero esta vez fue totalmente contrario, estaba delirante de escuchar por primera vez esas rolas que tanto había puesto en el carro, los audífonos, la fiesta.
Acompañamos a Mr. Fly para entregar el póster que ilustra la primera parte de esta crónica y otras cosas que ha hecho en torno al bonaerense. El negro, guitarrista, se tomó fotos, autografió guitarras y llevó el paquete de Mr. Fly directo a las manos de Charly García, eso dijo.

Regresamos a donde estaba nuestro clan formado fortuitamente en el concierto y a los pocos minutos, los gritos nos alarmaron: Charly salía, subía a la camioneta. El chance, pensé. No se piensa claramente, no se sabe exactamente qué se busca, pero uno va, como esperando la oportunidad de conocer de cerca al ídolo (en el sentido religioso). Igualmente, por instinto, quise brincar la cerca, como lo habían hecho un hombre y una mujer. Un policía me miró fijamente a unos diez metros, me apuntó con el dedo y grito firme: No te cruces. Intenté ignorarlo y repitió su orden. Vi sus ojos determinados a no dejarme pasar. Desistí. Bajé la pierna que ya había subido al tubo metálico. El hombre que había cruzado chapoteaba en una zona de pasto anegado por el agua. Cuando llegó junto a la camioneta fue expulsado de dos empellones. Mira cómo trata la policía a los jóvenes en México, gritaba. La mujer había preferido cruzar colgada como lagartija de la reja ciclónica. La camioneta con Charly García salió y ella seguía colgada en la reja, moviéndose lateralmente con lentitud.

Fuimos a cenar a una calle llena de bares, antros y restaurante que a todas luces son carísimos. Pero no, es accesible, higiénico, sabroso. Eso sí, nos querían cobrar de más. Pero todo se solucionó. Mientras masticaba mi arrachera comentaba que me faltó EL aguante, Chipi chipi, Dinosaurios, Influencia, y otras. Sin embargo estaba satisfecho.

El regreso de dos horas fue amenizado por Miguel, quien tocó la guitarra y cantó. Eso es lo bueno de los conciertos, que tienen el poder de volverte un adolecente, de darte fuerzas para de poder seguir con el aguante, creer ciegamente cualquier cosa y hacer tonterías, de ser una gota de la gran lluvia, de desatar el resorte y ponerte a brincar, de abrir la garganta para gritar desafinado todo cuanto puedes, de abrazar casualidades, amigos, de escindir la realidad para permitirnos un abismo luminoso del que volveremos más vivos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi estimdado, como siempre es un placer leerte. Gracias por compartir esas aventuras que me hacen sonreir, imaginar y recordar a esos amigos que he dejado atras, pero no de mi mente. Se les extraña. Un abrazo

CHACHAN

Everest Landa dijo...

Otro para ti, Chachán, hasta Chiapas. Por cierto, Chachán parece nombre de zona maya. Jaja

Angel Luna dijo...

Señor Alam, este está mucho mejor, que algún otro que habia leido. Felicidades. Ve mejorando la escritura. Un abrazo.
Angel Luna

Blanch dijo...

Tarde, pero insegura, como siempre. Leí nuevamente la primera parte para seguirme con la segunda. Pero esta vez Charly (Cortesía tuya) hace bailar tu relato. Y en la última línea te odio más que nunca. ¡Qué envidia, carajo! Aunque sólo sea por un concierto, quisiera volver a esos tiempos donde la música y las letras se ejercían sin fines de lucro. A ver si Calamaro me hace el milagrito.