Everest Landa
Flemático por una vida famélica, casi feneció por los funestos fervores fermentados y finiquitados sin ser ninguno para favor suyo facto. Mas, la fortuna fabricole una feroz faz ante la felonía constante. Floreció febeo, flamante, y armó una filigrana que fulminaría la falsa fe favoreciente de fantasmas fútiles y fantasías fatuas, mismos que le habían fintado.
Entonces enfiló por fuertes, fachadas formidables, fortalezas, favelas, freos, ferias y feudos flanqueados por fluviales. En todos fraternizó, recibió fiambres y frituras a cambio de las físicas comprobaciones del funcionamiento de su manufactura fina e hizo, en esto, funda fama. Por fantoche nadie lo tomó; por el contrario, su franqueza quedó en folios numerosos, lo mismo que la firma de la factibilidad de su far contra los referidos como “faltos de frente”, fuera ficticio o gente, flaco o fuerte.
Luego de franquear cuantas fronteras halló en pos de fundar el fuego de su fas a punta del fascinante ejercicio de su tejido, volvió con un fardo de flores a la finca de su familia. Filtró en ella los fustes de su filosofía y fruncieron todos la razón. Le pusieron al fronte el foco de una fulminante cuestión: ¿Y no es esa forma de filamentos, un ful tuyo, igual a aquellos que fustigaste en fueros fuereños?
Sintiose frustrado de nuevo: farol sin luz, frez del camino, frágil, frío, incapaz de focalizar la fisura en su alma. No hubo frescura ni flama que le devolvieran el fragor a sus frases, el fondo a su fida filia.
Cantó fandangos y fados en los fangos de su enfado. Fusiló cada figura por su facultad fijada.
Cuando no le quedó más, se fue sin fuerza por el frondoso camino del futuro sin fin a fingir una fúnebre fatiga, a festejar su nueva faseta.